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La princesa que quería otro cuento

Érase una vez una princesa a la que no le gustaba el cuento en el que la habían puesto. Pasaba gran parte de sus días viendo el cuento de otras princesas y pensando cosas como: “El castillo de ésta es más grande que el mío”, o “los vestidos de esta otra son más bellos que los míos”, o “su historia de amor es más romántica que la mía”, o “su príncipe azul tiene un tono de azul más bonito que mi príncipe azul”. Y demás cosas por el estilo.

La princesa vivía prácticamente inmersa en cuentos ajenos, sin poner atención al suyo. Las pocas veces que regresaba a vivir su propio cuento, se encerraba en sí misma, lamentándose por el pasado (“ojalá no hubiera hecho esto”; “he cometido muchas tonterías, seguramente no soy tan inteligente como otras”; “¿por qué tuvieron que ser así las cosas?”) o angustiándose por el futuro (“tengo miedo de lo que pueda pasar”; “¿y si las cosas salen mal?”; “ojalá tuviera una varita mágica para hacer que las cosas resulten como yo quiero”). Y demás cosas por el estilo.

La princesa que quería otro cuento

Un día, mientras su mente divagaba entre cuentos ajenos y lamentaciones propias, escuchó que el narrador de su cuento dijo: “Y colorín colorado, este cuento se ha acabado”. Aquellas palabras la estremecieron de pies a cabeza, y desconcertada le dijo al narrador: “¡Espera! ¿Cómo que ya se acabó mi cuento? ¡Pero si todavía no soy feliz!!”. Y el narrador le respondió: “Princesa, podría llenar mil páginas más de este cuento, pero mientras sigas actuando como lo haces, añorando estar en otro cuento, castigándote por el pasado o sufriendo anticipadamente por el futuro, jamás podrás ser feliz, es por eso que he decidido dar por terminado tu cuento”.

Esas palabras hicieron recapacitar a la princesa, y tras prometer un cambio de actitud, le fue concedido tener algunas páginas más.

A la mañana siguiente, sin estar segura si su diálogo con el narrador había sido real o lo había soñado (pero sin que eso le importara), abrió la ventana de su habitación. Había un sol esplendoroso y soplaba una suave brisa que agitó levemente su cabello. Los árboles en el jardín estaban llenos de hermosas aves que trinaban alegremente y a la princesa le pareció que ese día, cantaban para ella (la verdad es que siempre lo habían hecho, pero ella no lo había notado).

A partir de ese instante, dos cosas se hicieron presentes en su vida y nunca más habrían de irse: el aprecio y la gratitud. Apreció, como nunca lo había hecho, la oportunidad de ver el sol, de sentir la suave brisa y de escuchar el dulce canto de los pájaros. Y agradeció por ello.

Sintiéndose llena de regocijo, salió corriendo al jardín y por un buen rato se dedicó a apreciar y agradecer. Apreció y agradeció por el aroma de las flores, por el agua cristalina del arroyo, por el lugar en que vivía, por tener un techo en donde reposar, por los animales del bosque, por sus padres y hermanos. 

Y sonrió al comprender que de todas esas cosas, nada había cambiado. Esas cosas habían estado siempre ahí, sólo una cosa había cambiado: su propia actitud, que aderezada con el aprecio y la gratitud, hacían ahora toda la diferencia.

A partir de ese día, al estar con alguien, concentraba toda su atención en esa persona, disfrutando su presencia. Y al estar sola, disfrutaba su soledad y dedicaba tiempo a charlar consigo misma para conocerse mejor.

Dejó finalmente de desear estar en otro cuento, apreciando y agradeciendo la oportunidad de haber existido en uno. En cuanto a su pasado, dejó de lamentarse, y si acaso pensaba en él, era solo para preguntarse qué había aprendido de tal o cual experiencia. Y en cuanto a su futuro, aprendió a confiar en que su narrador, de alguna manera, buscaría la forma de que, lo que llegara a ocurrir sería, si no como ella lo quería, sí como ella lo necesitaba para adquirir fortaleza y sabiduría.

La princesa pudo entonces ser feliz y siguió adelante, ya sin ningún temor del momento en que su cuento tuviera que terminar. Ahora estaba preparada para ello.

Amiga, amigo, para ti que estás leyendo estas líneas, sólo tengo una pregunta: ¿No serás tú la princesa de este relato? Si así es, te sugiero empezar a practicar el aprecio y la gratitud, pues cuando escuches “Y colorín colorado…” ya no habrá más tiempo para hacerlo. Y no te aseguro que puedas conseguir páginas adicionales para tu cuento.

jesus_tarrega@yahoo.com.mx

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