Columnas > ANÁLISIS

¡Gracias, señor presidente!

En 1956, Piporro ganó el Ariel, galardón que otorga anualmente la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas a lo mejor de la producción del séptimo arte en el año previo. Lo ganó por su papel secundario de Alberto Cuevas en la película Espaldas mojadas, dirigida por Alejandro Galindo y estelarizada por David Silva, en el papel de Rafael Améndola C. Espaldas mojadas está entre los cien mejores películas mexicanas.

Con este film, se toca, por primera vez en el cine mexicano, el drama de los aborígenes que ingresan a los Estados Unidos sin ‘papeles’. Améndola es tractorista y piensa que cruzando el río Bravo puede ganar bien con su trabajo; pero, se topa con la realidad tan lacerante que padecen quienes son migrantes indocumentados. Desempeña tareas rudas y mal pagadas, viviendo a la intemperie. Es explotado por los capataces aprovechados. 

¡Gracias, señor presidente!

Galindo, un director con una filmografía notable; pero, dispareja, puso un tinte de seudo desquite que caló hondo en el magín de los espectadores, cuando el capataz más impío con el que trabajo Améndola pierde un lucrativo negocio con el tráfico y explotación de ‘espaldas mojadas’ y debe enfrentarse, en Ciudad Juárez, con el trabajador sin ‘papeles’ al que hizo la vida de cuadritos. Finalmente, el capataz es obligado a cruzar el río y…

David Silva hace el papel de un mexicano perseguido por un cacique pueblerino a cuyo hijo dio una paliza. Esos eran los motivos en aquellos tiempos; muy diferentes a los de ahora, cuando el capitalismo salvaje ha impuesto un panorama de terror en los pueblos de la América indiana. Los testimonios de las razones por las que se sigue expulsando a las personas de Centroamérica y de México, son: pobreza, falta de empleo, acoso de la delincuencia organizada, violencia intrafamiliar. Todo ello amarrado al neoliberalismo.

Ese neoliberalismo que ha encontrado un muy lucrativo negocio con la explotación de la mano de obra que no es amparada con documentos migratorios que avalen su estancia en territorio ajeno, en este caso, los Estados Unidos; menos con licencia para trabajar en lo que acomode mejor a su vocación, capacidad e interés. La acumulación irracional de la riqueza mediante la precarización del trabajo y el negación de prestaciones es un fin.

Un fin que se mantiene vigente y boyante mediante las argucias legales que convierten a un ser humano en ‘ilegal’ por el simple hecho de querer ganar la gorda de manera útil y honrada. En México, en la América Central y en los Estados Unidos se ha impedido que se decreten leyes que amparen a los trabajadores en su legítimo derecho de procurar el pan diario con el esfuerzo de sus manos, su magín o cualquier otra parte de su anatomía.

Antier, el Papa Francisco afirmó que: “Hay que recibir a los migrantes como hermanos y hermanas humanos, son hombres y mujeres como nosotros”. Y estableció que cada país debe decidir el número de refugiados que es capaz de acoger y tratar de integrarlos; que aprendan el idioma, darles un trabajo y vivienda, porque muchos de ellos vienen de países explotados y agobiados por la guerra, porque, señaló pesaroso, que: “Nadie, hoy, puede negar que estamos en guerra. Y esta es una tercera guerra mundial, en pedacitos”.

Ante este panorama, habría que agradecer al presidente de los Estados Unidos, Donald Trump su interés en generar una política migratoria estadounidense que regule el arribo de personas de otros países, para que todas las acciones se hagan a ojos vistas y con ello se logre erradicar la explotación y la injusticia que ahora padecen quienes son obligados a dejar su casa y su familia, ya no por la persecución de un cacique; sino por el poderío oprobioso de las camarillas de adoradores del becerro de oro, artífice del neoliberalismo.

Con muro o sin muro, con acciones ejecutivas y con algaradas que espantan a las almas timoratas; Trump ha puesto el cascabel al gato y ha logrado que el tema de la migración salga de las catacumbas para airearse y obligar a los legisladores, de aquende y allende a generar las leyes que permitan la regulación de flujos migratorios para bien de todos.