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Análisis

Según Robin Wright, redactor del Washington Post, los servicios de inteligencia y espionaje para la seguridad, que el gobierno de los Estados Unidos realiza en todo el mundo, son el resultado de la iniciativa de Robert Lansing, secretario de Estado del presidente Woodrow Wilson, quien en los prolegómenos de la Primera Guerra Mundial, envió al ‘primer agente especial’ a espiar en otros países, pagado de su propio bolsillo.  

Este señor Lansing es el mismo que envió una carta al magnate William Randolph Hearst, propietario de 28 influyentes periódicos, de las revistas Cosmopolitan, Harper’s Bazar y Town and Country, además de enormes extensiones de tierra fértil en México, tratando de calmar sus inquietudes y demandas de que el gobierno estadounidense diera fin a la vigencia de los postulados de la Revolución Mexicana y la Constitución del 17.

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La carta, fechada en 1924, dice: “México es un país extraordinariamente fácil de dominar porque basta controlar a un solo hombre: el presidente. Tenemos que abandonar la idea de poner en la presidencia mexicana a un ciudadano americano, ya que eso llevaría otra vez a la guerra. La solución necesita más tiempo: debemos abrir a los jóvenes ambiciosos las puertas de nuestras universidades y hacer el esfuerzo de educarlos en el modo de vida americano, en nuestros valores y en el respeto al liderazgo de Estados Unidos. México necesitará de administradores competentes. Con el tiempo, esos jóvenes llegarán a ocupar cargos importantes y eventualmente se adueñarán de la Presidencia. Sin necesidad de que Estados Unidos gaste un centavo o dispare un tiro, harán lo que queramos. Lo harán mejor y más radicalmente que nosotros”. ¡No, pos’sí!

Curiosamente, Robert Lansing escribió la carta después de que en la Convención Republicana, el senador Henry Cabot Lodge manifestó que era necesario: “Acabar con esta situación mexicana. Si Estados Unidos va a participar en la pacificación del mundo, comencemos aquí en su casa, en México. Así afirmamos y protegemos la doctrina Monroe. Debemos aceptar y cumplir las obligaciones y responsabilidades que impone”. 

En la misma convención quedó en claro que: “México podría evitar la intervención con la derogación del artículo 27 de la Constitución”. Ya para ese entonces, Lansing había dejado de ser secretario de Estado por la supuesta tibieza de Wilson hacia México y se había convertido en cabildero de la Mexican Petroleum Company, matizando los duros ataques de los dueños del petróleo en México que no acataban las leyes revolucionarias.

Tardaron mucho; pero, al fin, se han cumplido las palabras de don Robert. Recién se ha derogado el Artículo 27 de la constitución, más bien se ha modificado, para convertirlo en facilitador del acceso de la plutocracia a la riqueza del subsuelo de México ( por lo pronto no del petróleo, porque de acuerdo a la intereses de la misma, ya es incosteable). La obra predadora de la camarilla en el poder fue completada el Día de la Revolución.

Día de la Revolución que las crónicas oficiales y oficiosas señalan como el 20 de noviembre, como si esa fecha tuviera alguna significación desligada del inicio del movimiento armado que dio independencia económica a México. Este año fue enterrada la Revolución que dio paz, estabilidad y desarrollo al país y los paisanos, mientras el mundo se debatía en guerras atroces y actos de barbarie inimaginables para el hombre.

Sin duda, el secretario de Estado que tiempo después habría de suceder a R. Lansing, Charles Evans Hughes, creía sinceramente que la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos era radical y era una “amenaza internacional para el comercio y los cimientos de la civilización occidental”; pero, ni él suponía que los gobernantes y los habitantes de México pudieran ser “obligados por leyes y valores impuestos desde el exterior”. Lo consideraba “poco realistas e imposibles obtener”. Se equivocó de calle.

El 20 de noviembre, los mexicanos, a querer o no, oraron el réquiem por la Revolución.