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La vida antes de sus ojos

Las Crónicas de los Cazalet son un conjunto de cinco volúmenes, de los cuales éste es el primero, que cuenta al detalle la vida de la adinerada familia Cazalet, padres, hijos y nietos, con todo el personal de servicio además de las personas que de un modo u otro se relacionan con ellos, por lo que se trata de una crónica familiar contada en forma de novela que reúne un material muy variado: la infancia, el rito de entrada en la vida de la juventud, la novela de costumbres, la comedia, el drama… Los escritores ingleses son maestros en este género y la BBC su ejecutora fiel en la pantalla convertido en serial televisivo.

Elizabeth Jane Howard con su esposo Kingsley Amis y el hijo de ambos, el escritor Martin Amis.La vida antes de sus ojos

Este primer volumen abarca los veranos de 1937 y 1938, con la familia Cazalet pasando el verano en el campo en su casa solariega de Home Place primero, y el segundo verano, además, en la cercana propiedad de Mills Farm adquirida recientemente. Por las fechas, estamos cerca del final del periodo de entreguerras. Los hijos del paterfamilias y su esposa han luchado en la I Guerra Mundial excepto el último y no dejan de padecer las secuelas de una guerra absurda que se llevó a toda una generación de jóvenes ingleses por delante. Cuando el relato comienza, las cicatrices parecen cubiertas por la ligereza de estos años de entreguerras, no así la memoria herida; mientras, la nueva generación se dedica a crecer y disfrutar del tiempo feliz de las vacaciones.

Elizabeth Jane Howard (1923-2014), actriz y modelo, esposa de Kingsley Amis y madrastra de Martin Amis, publicó este libro en 1990 con éxito extraordinario; nada gusta tanto a los ingleses como que les cuenten su modo de vida, a ser posible con ironía, distancia y un toque crítico. La tradición de narrar las vidas de los ingleses proviene de autores como Alexander Pope o Samuel Pepys. Al ser tradición el apoyo al empeño, la fiabilidad de este género es decisiva. Elizabeth Jane Howard posee una alta sensibilidad, una receptividad al detalle, una capacidad de observación y una elegancia literaria tan cercana a la claridad que no puede dejar indiferente al lector más reacio a este género de “novela de vida”. En primer lugar, se requiere una mirada omnicomprensiva, la certera identificación de lo que es verdaderamente significativo, es decir: ver lo que los demás no ven y sacarlo a la luz, hacer la elección ajustada de las partes que representan al todo, una estrategia para cruzar con absoluta precisión las aparentes causalidades y vidas de los personajes, la habilidad de marcar los momentos trascendentes haciéndolos pasar de puntillas por la escena como si fueran uno más…

Y el lector se preguntará: ¿qué gracia tiene reproducir la vida cotidiana de unos seres normales y corrientes donde los problemas sean una confidencia personal, una rabieta o una taza que se desportilla? Lo primero a señalar es que se trata de cotidianeidades de personajes normales por los que fluye insistentemente la vida, del mismo modo que la del lector fluye día a día, con la diferencia de que ante ésta (la de la novela) puede detenerse a contemplarla con distancia. Pero es que una cosa es la normalidad como vulgaridad y otra bien distinta la normalidad como objeto de observación y reconocimiento inteligente. Y éste es el caso de la historia de los Cazalet.

Elizabeth Howard cuenta con una precisión y gracia muy femenina. Yo creo que las mujeres son narradoras natas, por la voz o la escritura, mucho más que los habitualmente circunspectos hombres. Es una afirmación indemostrable, pero creo que muchos lectores estarán de acuerdo conmigo por la fuerza de la experiencia. El transcurrir de la vida en familia y en el campo durante las vacaciones que se cuenta aquí desciende de la literatura de Jane Austen o de la de George Eliot de Middlemarch. Y su epicentro se halla en el interés que la vida en sí misma posee mucho más que en los sucesos altamente dramáticos. Por ejemplo: hemos asistido al prestigio de los relatos de guerra con expectación, pero ¿alguna vez hemos vivido una batalla como la de Fabrizio del Dongo en Waterloo? La genialidad de Stendhal consiste en hacernos vivir exclusivamente los despistes, tropezones y estupidez del intrépido protagonista en medio del barullo sin enterarse de nada.

Pues del mismo modo, quien se ha sentado una tarde a ver correr las aguas de un río es capaz de ver pasar la vida ante sus ojos como nunca antes o, más aún, de reconocer su paso como quien descubre la magnitud del universo: sólo hace falta un buen río (que hay que saber encontrar) y una buena cabeza (que hay que saber alimentar). Esta es una novela inevitablemente bien amueblada, la ambientación apoya la presencia de sensaciones, sentimientos, clases sociales y actitudes personales con verdadera agudeza psicológica. Olores, colores, naturaleza, voces…, la vida de familia, que todos reconocemos con emoción hasta que poco a poco, con delicadeza y habilidad, empiezan a apuntarse dramas y problemas de mayor intensidad a medida que la amenaza de la Segunda Guerra Mundial empieza a asomar en el horizonte. El imperio británico se encoge, la estela victoriana se desvanece, son los últimos momentos felices de un mundo que desaparece. Los inolvidables Cazalet nos dan una lección de belleza y verdad como sólo la literatura es capaz de plasmar.

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