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Cy Twombly y sus garabatos

El pintor estadounidense protagoniza una monumental retrospectiva en el Centro Pompidou, que revela la violenta carnalidad de su obra.

En el invierno de 1963, poco después del asesinato de John Fitzgerald Kennedy, el pintor Cy Twombly se puso a trabajar en una serie de lienzos a la que tituló Nueve discursos sobre Cómodo, en referencia al sanguinario emperador romano. Meses más tarde, cuando los expuso en el espacio neoyorquino del legendario galerista Leo Castelli, la acogida fue sangrienta. Los vientos del Pop Art y el primer conceptualismo ya soplaban con fuerza en la costa este, por lo que la propuesta de Twombly parecía llegada de otro planeta: un puñado de manchas en rojo sangre sobre un anodino fondo gris. El artista Donald Judd, adalid de la incipiente escena minimalista, calificó la muestra como “un fiasco”. “Hay correduras y salpicaduras y, ocasionalmente, una línea hecha con un lapicero. En estos cuadros no hay nada”, sentenció sobre esa serie, propiedad del Guggenheim de Bilbao. El propio Castelli confesaría, años después, que no le había encontrado interés alguno. “En realidad, no eran obras muy buenas. Tenían un aspecto europeizado y afectado”, lamentó.

‘Locura de verano’, de 1990.Cy Twombly y sus garabatos

Ese pintor denostado hasta por su propio galerista es considerado hoy uno de los artistas más influyentes y fascinantes del siglo pasado. Lo demuestra, una vez más, la gran monográfica que le dedica el Centro Pompidou de París hasta el 24 de abril. “Twombly no tenía que ver con lo que debía ser un artista estadounidense en aquel tiempo, y eso jugó en su contra”, afirma su comisario, Jonas Storsve. Recuerda que, al principio de su carrera, Castelli ya se negó a exponer una de sus primeras series, a base de pintura industrial blanca y sutiles marcas de lápiz, que se muestra ahora en París con manchas de agua en los bordes: el galerista las metió en un subterráneo donde quedaron dañadas durante una inundación. Esos cuadros son el punto de partida de una obra proteiforme y misteriosa, llena de idas y venidas entre la figuración y la abstracción, el pasado y el presente, el vacío y la escritura, la creación y la destrucción. De los garabatos de aire infantil y los montículos de pintura no tardan en brotar elevadas referencias históricas y escenas de violenta carnalidad.

Twombly nació en 1928 en Lexington (Virginia), en ese viejo sur estadounidense que retrataron Faulkner y McCullers, hijo de un jugador de los Chicago White Sox con afición a las lenguas muertas. Tras tomar clases con el pintor catalán Pierre Daura, estudió en el Black Mountain College, de donde surgirían grandes figuras de la vanguardia del siglo pasado. Por ejemplo, Robert Rauschenberg, con quien vivió un amor de juventud y compartió un viaje iniciático por Europa y el norte de África. En 1959, sin embargo, se casó con la baronesa Tatiana Franchetti, hija de uno de sus patronos, y se instaló con ella en Roma.

La muestra condensa sus tres grandes ciclos: el que gira en torno al emperador Cómodo en los sesenta, el que se inspira en La Ilíada a finales de los setenta y el basado en la coronación del faraón Sesostris, a principios de la década pasada.

Dioses y monstruos

A medida que avanza la cronología, se observa cómo Twombly busca y encuentra un estilo propio, partiendo de la escala heroica del expresionismo abstracto —tan en boga durante su juventud, al que vuelve a dotar de los dioses y monstruos de los que Rothko y Pollock empezaban a prescindir—, pero también del arte parietal y el grafiti, como señaló en su día Roland Barthes (a Twombly no le gustó esa comparación: años antes de la dignificación pública del street art, la interpretó casi como una ofensa).

La exposición plantea su trayectoria como un viaje hacia el color. En la última sala, aparecen lienzos llenos de rojos agresivos, amarillos chillones y verdes estridentes, como si estuvieran apelando a un optimismo impostado. A su lado, aparece otro genial garabato titulado Bacchus. 

“Fue pintado en 2005. La guerra de Irak no quedaba muy lejos. Ese rojo tan intenso no es solo vino, sino también sangre”, aclara Storsve. De regreso a sus pinturas dedicadas a Cómodo, se entiende que no quiso hablar únicamente del asesinato de JFK, sino de un país que se adentraba en una época sombría tras haber conocido otra gloriosa, como ha apuntado el crítico Jonathan Jones en The Guardian. La resonancia que esos lienzos cobran hoy resulta, en ese sentido, de lo más escalofriante.

Un artista alérgico a los focos

En 1964 Twombly conocíó a un estudiante que luego sería su compañero sentimental hasta su muerte, en 2011: Nicola del Roscio, que hoy dirige la Fundación Cy Twombly.

Del Roscio lo recuerda como un ser “tímido y reservado”, alérgico a las entrevistas (concedió dos en su vida), que pasó su existencia “concentrado en su trabajo, escuchando en bucle las canciones de Dionne Warwick”. Mientras los artistas de su época se convertían en “empresarios de sí mismos” —por adoptar la expresión de Foucault—, Twombly vivía parapetado en su palazzo italiano, lejos del mundanal ruido. “Supongo que cometió un error, porque nunca quiso ninguna atención. Ni siquiera iba a sus inauguraciones. Era famoso entre los poetas y los músicos, pero los coleccionistas no le entendían, como tampoco los museos. Le solían decir que iba 20 o 30 años por delante de su tiempo”.




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